Jiménez de Jamuz ya moldea su futuro en barro

El aprendiz del reabierto Alfar Museo sólo tiene un objetivo: garantizar el relevo generacional del oficio ancestral de todo un pueblo
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Jonathan Molero "enasa" una jarra en el Alfar Museo / Foto: Antonio de la Fuente

Jiménez de Jamuz huele a barro. A barro y a historia, como la que se vuelve a cocer tras los muros del Alfar Museo, donde media docena de niños se inician en la alfarería, de la mano de Jonathan Molero, gracias a la reapertura de estas instalaciones, tras dos años de cierre.

Olivia y Naiara llevan ya algunos días, y el trabajo empieza a dar sus frutos en forma de “una especie de bol”. Para Danna y Elia es su primer día, igual que para Rodri, que está “agobiado” porque no es capaz de dar forma al cenicero que quiere regalarle a su padre, y sólo le sale “una rosquilla”. Jonathan le explica el proceso una y otra vez –“esto lo deshacemos y volvemos a empezar, ¿te parece?”–. Lo hace sin alterarse, con altas dosis de cariño y paciencia, las mismas dos cualidades que requieren estos oficios artesanos de antaño, a sabiendas de que un segundo menos por las prisas en cualquiera de sus fases puede echar a perder una hornada completa.

Jonathan Molero es el aprendiz de alfarero con el que ha renacido el Alfar Museo, tras un exigente proceso de selección realizado por el Ayuntamiento de Santa Elena para lograr devolver la actividad a estas instalaciones y que estén, de nuevo, vivas para el pueblo. 

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Naiara –en primer término– y sus compañeros en el taller de iniciación / Foto: Antonio de la Fuente

Su experiencia como ceramista ayuda, aunque esto es muy diferente, confiesa, porque todo es manual. Pero tiene claro su objetivo: “Conseguir aprender el oficio ancestral de la alfarería, y poder dar relevo generacional para que esto no se pierda”.

La preocupación de Jonathan es real. Hoy apenas quedan tres alfarerías en Jiménez, un pueblo que llegó a tener casi un centenar. Pero maestros alfareros, de los que hacen todo el proceso a la manera tradicional, sólo uno: Miguel Sanjuán, el que está enseñando al aprendiz a mantener viva la esencia del oficio jiminiego.

“Miguel se jubilará en 15 años, que parece mucho, pero se pasan muy rápido, y como en este tiempo yo no aprenda, esto se pierde… Y es un oficio que lleva en Jiménez desde el siglo XVII”, confiesa Jonathan, cuyas raíces familiares también le empujan a seguir en esto: “Quiero aprender porque es el oficio de mis abuelos y de este pueblo”.

Aunque el Alfar Museo abre cuatro meses al año, el aprendizaje es continuo y se prolonga los 365 días, con Miguel y practicando en casa, donde tiene un torno. El contrato del verano lo ve como una oportunidad que le da el Ayuntamiento: “Aparte de ayudar al pueblo, me pagan por aprender, lo que implica aún una mayor responsabilidad”, explica.

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Jonathan le muestra a la alcaldesa algunas de las últimas piezas moldeadas / Foto: Antonio de la Fuente

Lo más difícil para él no es trabajar el barro, sino hacerlo en solitario, algo que le limita a veces a la hora de realizar todas las demostraciones que quisiera. Pero las manos de Jonathan no paran. Y ya, en dos semanas, ha cogido tal soltura que hoy le encontramos realizando varias tareas a la vez: mientras conversa con nosotros, “enasa” una jarra, recibe a la alcaldesa, Carolina Castro, que hoy visita el Alfar tras las inundaciones sufridas por el pueblo… Y atiende a los niños en el taller.

Esto último le encanta, porque le permite descubrir nuevas vocaciones que puedan mantener viva la alfarería jiminiega. “El fin es que lo pasen bien y disfruten con el barro, pero también que pueda interesarles, claro”, comenta Johathan, quien asegura que “casi desde el primer día se ve si esto se le puede dar bien a alguien o no”. Ojalá garantice la continuidad por, al menos, otros cuatro siglos más.

 

El orgullo de todo un pueblo

El Alfar Museo fue inaugurado en 1994, gracias a la remodelación y transformación de una antigua alfarería, en un proyecto financiado entonces por la Diputación de León.

Nada más cruzar la puerta, llama la atención, a la derecha, la vistosa vitrina expositora  de varios tipos de “cacharros” de la alfarería jiminiega, algunos de ellos de gran valor, por su antigüedad y por lo particular de su forma, como las “jarras trampa”. 

También se exhiben allí las réplicas de los moldes con que se construyeron los ladrillos que decoran la arquitectura interior del Palacio Episcopal de Astorga, encargadas por el propio Antonio Gaudí sorprendido por la vistosidad del barro jiminiego.

 Ollas, escudillas, el famoso “botijo del cura”, cántaros, huchas… son algunas otras piezas que se muestran en el interior.

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El horno se alimenta con leña de urces por su combustión inmediata / Foto: Antonio de la Fuente

La zona del patio la preside, a la derecha, el horno árabe, uno de los pocos que aún funcionan en España, hecho con ladrillos de adobe, y alimentado por la madera de las urces, por su combustión instantánea, necesaria para que el resultado sea perfecto.

Antes de llegar allí, todo el proceso que vive el barro se puede comprobar en el Alfar Museo: desde el lugar donde se almacena tras su extracción de los barreros del pueblo, la zona de secado, la “toña”, la amasadora, el torno, o el “chispero” donde se ponen las piezas a secar unos días, previamente a entrar al horno(*).

Todos y cada uno de estos pasos son absolutamente necesarios para que los cacharros no se malogren. Por ejemplo, la fase del “chispero” es esencial para evitar que el barro se quiebre al meterlo al horno. El amasado, para asegurar la uniformidad de la arcilla, y así cada proceso manual, que se reproduce exactamente igual que hace cuatro siglos.

Sin duda, una visita obligada este verano.

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Algunos de los "cacharros" de diferentes maestros alfaferos jiminiegos de todos los tiempos / Foto: Antonio de la Fuente

 

El Alfar Museo puede visitarse de jueves a domingo, de 10.00 a 14.00 y de 17.00 a 20.00 horas.

 

(*) Toda esta terminología se recoge en el Glosario de Alfarería Tradicional, publicado por el Ayuntamiento de Santa de Santa Elena, que puede consultarse aquí.

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