Según el último censo del INE, apenas tiene 180 habitantes. Pero lo que no saben las frías estadísticas es que, en ese pueblo pequeño llamado Coomonte, las mujeres valen por dos. O por diez. O quién sabe por cuántas más... Porque lo que han hecho esta Navidad es algo increíble: han conseguido una decoración totalmente artesanal, fruto de la colaboración de todas, que es digna de ser visitada.
Julia Fernández Rubio es una de las artífices de esta hazaña. Porque es lo que es. Hace dos años comenzó a barruntar sustituir los clásicos paraguas que adornaban el cielo sobre el Bar Rico por algo más bonito. Y como lo que a ella le gusta –y lleva haciendo toda la vida– es ganchillar, se lió la manta a la cabeza –o los ovillos más bien– y se juntó con Eva, su madre y alguna vecina más. Pocas. El resultado fue espectacular, y todos los clientes del bar estaban entusiasmados. Así que dieron un paso más allá, y se propusieron conquistar la Navidad, como un ejército de alegría integrado por todas las mujeres del pueblo.
“Fuimos hablando con la gente y nos juntamos treinta, ¡que fíjate lo que es para el tamaño de este pueblo!”, recuerda, orgullosa, Julia.
Organizarse fue bien sencillo. Porque, ahora que tanto se habla de sororidad, en los pueblos no es nada nuevo: las mujeres no sólo tejen lana, sino también redes de apoyo, de comunidad. Por eso es tan fácil ponerse de acuerdo y remar todas a una. “El primer día hicimos unas muestras, y a partir de ahí, empezaron todas a ganchillar”, comenta Julia.
Eso fue por San Juan, pero la aventura se prolongó durante todo el verano. Todos los martes y jueves se reunían de 7 a 9 para elaborar los cuadrados. Aunque, visto ahora con perspectiva, las agujas eran casi la excusa. “Es que no te lo sé explicar... Nos conocíamos todas pero ahora nos conocemos de verdad. Hay tan buen ambiente, con tiempo para todo, risas, trabajos...”, explica Fernández Rubio, incluso con cierta nostalgia. Sin duda, tantas horas juntas, las ha unido.
¿El resultado? Un pedazo de árbol de ocho metros de alto por tres y medio de diámetro, que es el orgullo de todo el pueblo, empezando por el que sólo va en fiestas, y terminando por el alcalde, Maxi, quien les ofreció todo el apoyo desde el minuto cero, sin olvidar a José Ángel, que se encargó de hacer la armazón. “Yo le dije cómo lo tenía que hacer, buscando fotos, y él lo hizo y muy bien”, continúa Julia.
El Ayuntamiento, además, puso las luces, con lo que de noche es una auténtica maravilla admirar el árbol artesanal tan colorido que preside Coomonte.
Por si esto fuera poco, a los 1.500 cuadrados ganchillados para el árbol se sumaron los “amigurumis” que elaboraron otras mujeres, de San José, la Virgen, el Niño Jesús, y por supuesto pastores y la mula y el buey de un Nacimiento que ahora luce precioso en el pueblo. La coordinación era absoluta: unas hacían las figuras y otras los cuadros. Pero todas trabajaban.
“Te puedo contar que algunas mujeres nunca habían ganchillado; enseñé a unas cuantas y alguna aprendió mucho y hoy lo hace muy, muy bien”, comenta orgullosa Julia. Lo importante –subraya– era participar: “Si no tienes tiempo y haces un cuadrado, pues haces uno, y es uno más que suma. Esto es así”.
La experiencia fue tan positiva que, en cuanto pasen las Navidades, empezarán ya a planificar la próxima aventura con la aguja, y ya tienen en mente la Semana Santa para empezar, desde esa fecha, a ganchillar, y hacer la Navidad aún más grande dentro de un año.
Sin duda, Coomonte es visita obligada estas Navidades, para comprobar que más allá del árbol y el Nacimiento, hay un pueblo donde lo que brilla es el talento de sus vecinas. El INE seguirá diciendo que tiene 180 habitantes, pero este invierno, al menos, hay treinta razones de lana y color para demostrar que es mucho más grande.
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