A sus apenas 8 años, Raúl y David están felices de haber aportado su granito de arena a la Navidad de su pueblo. Por primera vez se han atrevido con el ganchillo, guiados —eso sí— por sus madres, abuelas y otras vecinas de Ribera de la Polvorosa.
Felicia, en cambio, lleva casi un siglo ganchillando. Y en su caso no es un decir: es literal. Porque, a sus maravillosos 101 años, es la vecina más longeva de este pequeño pueblo del páramo leonés.
Pequeño en habitantes, pero enorme en su Navidad; no por tamaño, sino por la dimensión que cobran estas fiestas, donde la vida en comunidad les da su auténtico y genuino sentido.
Así fue como se tejió la decoración navideña inaugurada este fin de semana: al calor de la compañía de todos los vecinos, gracias a la iniciativa de la Asociación Cultural El Forco y al apoyo económico de la Junta Vecinal de Ribera.
Unas 25 personas han estado ganchillando los adornos durante tres meses. Los viernes se juntaban en el local del pueblo para organizarse, aunque la libertad creativa era total. El resultado fue casi un milagro artesanal: 400 mandalas llenas de color, todas distintas, todas hechas con cariño. “Algunas personas con familia en el pueblo, pero que no viven aquí, también quisieron colaborar y las mandaron por correo”, explican desde El Forco.
Unidas a las elaboradas en el propio pueblo —como las familias que se reencuentran en estas fechas entrañables—, las mandalas decoran ahora calles, fachadas y hasta el último rincón, como si fuesen pequeños soles que abrigan en el frío invierno.
La joya de la corona es el Ramo Leonés que, desde el sábado, luce en las antiguas escuelas. Con su encendido se dio por inaugurada la Navidad. La encargada de cortar la cinta fue nada menos que Felicia, rodeada de los niños y niñas del pueblo, que la sostenían, en un momento que se convirtió en un emotivo símbolo de la unión intergeneracional que ya quisieran para sí las ciudades.
Ni la lluvia impidió celebrar el recorrido programado por las calles para presumir de decoración navideña, con parada obligatoria en el nacimiento de la iglesia, antes de finalizar al calor del bar del pueblo —el mismo desde hace más de medio siglo— para degustar unas calentitas sopas de ajo. Allí también se sorteó una cesta de Navidad, entre aplausos, risas y ese ambiente cercano que solo surge cuando todos se conocen por el nombre.
La Asociación El Forco, muy activa durante todo el año —como prueban sus talleres de ganchillo, su semana cultural de verano, el club de lectura o el grupo de teatro— ha demostrado, una vez más, que cuando un pueblo se organiza, la vida se enciende.
Porque Ribera de la Polvorosa es pequeño, sí. Pero su manera de vivir la Navidad es enorme.
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