Las antiguas escuelas de Pobladura del Valle han abierto sus puertas una vez más, pero esta vez para albergar "Recuerdos Escolares", una exposición que propone un viaje al corazón de la memoria educativa rural. La muestra, inaugurada el pasado sábado, permanecerá abierta hasta el día 10 y ha sido organizada por la Asociación Cultural "El Atardecer" y el historiador e investigador Constantino Blanco Rubio, natural de Paladinos del Valle.
Durante el acto inaugural, Blanco ofreció una charla en la que repasó la historia y evolución de las escuelas rurales, no solo como espacios de enseñanza, sino como parte esencial del tejido identitario de los pueblos. “Las escuelas rurales han sido siempre una parte de nuestra identidad, de la historia de cada pueblo”, afirmó ante un público atento y emocionado.
La documentación histórica recogida por el investigador revela que ya en 1827 Pobladura contaba con una escuela de “primeras letras”, mantenida gracias a una obra pía que tenía como fuente de ingresos una viña. Aún antes de eso, existió una "escuela de latinidad", donde se enseñaba gramática. En 1845, la escuela tenía una dotación de 4.500 reales y acogía a 27 niños de ambos sexos, un hecho poco común para la época.
Blanco contextualizó estos datos en un marco más amplio, explicando que el concepto moderno de escuela se remonta al modelo prusiano del siglo XVIII, surgido en Alemania, y que pese a su origen autoritario, fue clave para reducir el analfabetismo. España lo adoptó más tarde, sobre todo tras la Constitución de Cádiz de 1812, que ya exigía saber leer y escribir para poder votar, un derecho exclusivo para hombres, pues la mujer no votó hasta 1931 (y por eso tampoco iban a la escuela la mayoría de las niñas).
La Ley Moyano de 1857, piedra angular del sistema educativo español hasta bien entrado el siglo XX, impuso una estructura que intentó extender la enseñanza básica, aunque con cumplimiento desigual. En 1838 se decretó la educación obligatoria para niños mayores de seis años en pueblos de más de 500 habitantes, pero muchos municipios no tenían medios para cumplirla. La educación dependía entonces de ayuntamientos y diputaciones, lo que dio pie al conocido refrán: "Pasa más hambre que un maestro de escuela". No sería hasta 1910 cuando el Estado empezó a asumir los salarios del profesorado.
La exposición muestra una fiel recreación de lo que fueron aquellas aulas, con pupitres originales, la mesa del profesor, crucifijos, retratos de Franco y Primo de Rivera, y hasta una esfera del mundo, que según Blanco era “la única forma de viajar para casi todos entonces”.
Los asistentes pueden contemplar objetos cargados de nostalgia: Enciclopedias Álvarez, ejemplares de El Parvulito, plumillas, pizarrines, fichas para aprender a leer, mapas, figuras de madera de geometría (que algún visitante afirmó que un profesor se les "tiraba" cuando se portaban mal), cartillas escolares y un sinfín de libros del franquismo. En las paredes, se han colgado viñetas de la Historia Sagrada y de gestas patrióticas que formaban parte del adoctrinamiento de la época.
La exposición también recuerda el papel de los maestros y maestras, cuya vida estaba marcada por la vocación, pero también por las restricciones. A las maestras de los años 20 se les exigía firmar contratos que prohibían casarse, maquillarse o incluso "pasear por heladerías". Debían vestir con dos enaguas y falda larga, permanecer en su casa desde las 8 de la tarde hasta la mañana siguiente, no andar con hombres, o viajar en coche únicamente acompañadas por su padre o un hermano. En cuanto a los maestros, se requería tener “limpieza de sangre”, es decir, probar su descendencia exclusivamente española, además de otros requisitos "éticos".
En las aulas, casi siempre separadas por sexo, los castigos eran frecuentes y duros: brazos en cruz, nalgadas, golpes con la regla, copiar frases cien veces… El refrán "la letra con sangre entra" se seguía a rajatabla –"aunque no funcionaba", subrayó Constantino–. Y mientras los niños recibían unas clases más similares a las de hoy día, a las niñas se les sustituían por enseñanzas sobre costura y labores domésticas.
En su intervención, Constantino Blanco también dedicó unas palabras a los maestros de Pobladura, recordando a varios nombres ilustres entre los que destaca Don Sixto, muy querido en el pueblo y que fue maestro durante las décadas de los 50 y 60. Hoy una calle lleva su nombre como reconocimiento.
Entre las anécdotas compartidas, una arrancó más de una sonrisa: “Los primeros jueves de cada mes los maestros se ausentaban para ir a Benavente a cobrar”, explicó Blanco, refiriéndose a la época en que ya era el Estado, por fin, quien pagaba sus salarios.
“No olvidemos nuestras escuelas porque forman parte del patrimonio de cada pueblo”, concluyó el historiador, invitando a todos a visitar esta exposición que no solo revive la historia de la educación rural, sino también los recuerdos más íntimos de varias generaciones.
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