Por más que pasen los años, un clásico siempre será un clásico. Y en su esencia, lleva implícito el glamour. Eso es lo que ocurre cada año —desde hace ya trece— en Castrocalbón, donde los vehículos más elegantes y cuidados del noroeste peninsular se dan cita para participar en la Concentración de Vehículos Clásicos de este municipio leonés.
Este domingo quedó claro, una vez más, que la afición por estas joyas sobre ruedas es algo que marca carácter y une. Une generaciones, estilos, formas de entender el motor y hasta maneras de vivir. Junto al buen ambiente y la camaradería, lo que impresiona es el respeto: no hay envidia, solo admiración. Admiración por el mimo con que muchos propietarios cuidan sus coches, como si fueran parte de la familia.
El escenario, repartido entre las escuelas, el polideportivo y algunas calles adyacentes —porque se superaron los 200 vehículos inscritos—, se organizaba en tres ambientes: coches de competición, con su inconfundible rugido elegante; motos antiguas, con auténticas joyas de los años 50 y 60; y los clásicos en sí, que robaban miradas a cada paso.
Entre ellos, una imponente pick-up Chevrolet se llevó buena parte de los flashes. Y, cómo no, el premio a la elegancia de este año. Bien merecido, pues parecía recién salida de una película de los 80, como aquel Karate Kid donde un jovencísimo Ralph Macchio se dejaba la piel dando cera y puliendo cera... como seguramente hace su orgulloso dueño actual.
También atrajeron la atención varios ejemplares históricos de Citroën, incluido algún que otro “tiburón” aparcado en discreto segundo plano, pero que no pasó desapercibido para los entendidos.
Y, cómo no, para quienes peinamos —o teñimos— canas, aquello fue un auténtico viaje al pasado: el Volkswagen Corrado, el Renault 12, varios “dos caballos” (incluidos los preciosos Charleston), un Simca 1000 —inolvidable gracias a la canción—, un Opel Manta, un Porsche 911 de los de antes, un Jaguar digno de colección... y por supuesto, este año con SEAT como protagonista, los eternos 600, 127, 1430 y 1500, todos relucientes y llenos de historia.
Castrocalbón no acogió solo una exposición de vehículos antiguos: fue un homenaje al tiempo, al recuerdo y a la belleza mecánica. Porque en un mundo donde todo va deprisa, hay algo profundamente valioso en parar a contemplar lo que rueda despacio... pero deja huella.
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