El anuncio del cierre de la planta azucarera de La Bañeza por parte de la empresa propietaria ha caído como un jarro de agua fría en los pueblos de la comarca, que rechazan frontalmente esta decisión, por lo que supondría de pérdida para la poca industria que queda en la zona y la consecuente destrucción de empleo.
Éste es uno de los aspectos en que más inciden los alcaldes de los pueblos de la zona, como Hugo Pisabarro, desde Pozuelo del Páramo, quien alerta de que "no es sólo por los puestos directos, sino los indirectos: camiones, cargadores, etc. Es toda una actividad económica alrededor que se va al garete".
Para la alcaldesa de Santa Elena de Jamuz, Carolina Castro, para muchos trabajadores el anuncio ha sido "totalmente inesperado". "Lo siento muchísimo por lo que supone para toda la contorna", subraya.
En el mismo sentido se pronuncia el alcalde de Castrocalbón, Luis Cenador, para quien "lo peor son los puestos de trabajo, la industria. Se pierde empleo de un día para otro, sin dar opción", subraya. "Una comarca que está envejecida, que tiene una falta de industria descomunal, que encima se pierda la azucarera es vergonzoso", añade la alcaldesa de Quintana del Marco, Andreina Candel.
El alcalde de Cebrones del Río, Amado Fernández Cela, considera igualmente que "para el empleo no es una buena noticia, porque 200 personas para un municipio del tamaño de La Bañeza es mucho, y a eso hay que sumar los indirectos".
Por su parte, María Emilia López, alcaldesa de San Esteban de Nogales, incide también en la repercusión que tendrá esta decisión en los empleos indirectos, "desde el cultivo hasta los transportistas".
Límitrofe a ella, desde la provincia de Zamora, Javier Fuente, alcalde de Alcubilla de Nogales, es más duro al acusar a la propietaria, AB Azucarera, de importarle sólo el dinero: "Lo que da riqueza a una zona no es el dinero; es el trabajo", sentencia. Fuente augura un mal futuro para la comarca, sin industria: "Vamos a quedar como zona de servicios... de servicios a los jubilados mientras duren. Y luego, ¿qué?", se pregunta.
En esta línea, también desde Zamora, la alcaldesa de Maire de Castroponce, Evangelina García Cordero, apunta que "los pueblos no se mueren: los matan". "Se va a quedar mucha gente sin trabajo, con los problemas que conlleva", añade también desde Arrabalde su alcalde, Alejandro Alija.
Mientras que algunos de los alcaldes consultados veían "imposible" que sucediera esto con la azucarera, para otros se veía venir e incluso es algo que llevaban "años" preparando.
En este sentido, Carolina Castro cree que "ya llevaban tiempo que parece que lo que no querían es que se sembrara remolacha en nuestra contorna". La regidora jiminiega pone como ejemplo sus recuerdos familiares –su abuelo trabajó en la azucarera– para resaltar el estrecho vínculo que esta industria tenía con toda la comarca, "de hace muchísimos años".
Esta percepción es compartida por Alejandro Alija, para quien ver anunciado este cierre es algo que nunca hubiera creído: "Es la Azucarera que menos pensaba que iba a cerrar", manifestó.
"Se veía venir, pero es una faena", manifiesta, por su parte, Amado Fernández Cela. Y Cenador añade que "la sensación que da es que estaba decidido hace tiempo, lo tenían más que decidido".
Para Hugo Pisabarro, que además de alcalde es agricultor, el cierre "era una muerte anunciada", una opinión a la que, desde Coomonte, se suma su alcalde, Maximiliano Velicias, quien tiene muy claro que "de aquellos polvos, o más de aquellas tormentas, vienen estos lodos", en referencia a la mala gestión que, a su juicio, se ha hecho.
Sobre el grado en que afecta a la agricultura las opiniones son dispares, pero sí coinciden en algo: la remolacha, en el pasado, se cultivaba mucho más que ahora.Y en el futuro, se trabajará menos.
Marta Pérez, concejala de Alija del Infantado y responsable del área de Agricultura apunta que, para el campo, "el impacto va a ser negativo, porque ya la gente estaba reticente al cultivo de la remolacha, y ahora lo estará más, porque hay que llevarla más lejos", subraya. "Para la comarca es muy mala noticia", añade.
En Roperuelos del Páramo, el también agricultor y concejal Alberto Soraya, si bien insiste en que "no es nada bueno para la zona", por todo lo que conlleva, el impacto en el campo será menor que en la industria, puesto que "ya algunos agricultores mandábamos la remolacha para Toro porque abría antes, en octubre, y cuando cerraba abría La Bañeza". Al igual que lo comentado desde otros pueblos, además, "antes se sembraba mucho, hoy poca gente".
Andreina Candel hace alusión a la tradición azucarera del campo en esta comarca "si gran parte de la remolacha se produce aquí mismo en la zona, y la van a trasladar a otra, donde además es peor el cultivo, no entiendo que cierren esta".
Velicias pone en duda que, tal y como se afirmó estos días, la azucarera vaya a asumir el coste del traslado hasta Toro. "El cierre afectará mucho a la zona, porque los agricultores que ya la tienen sembrada para este año tendrán que llevar la Toro, con o sin costes, ya se verá... El agricultor no gana ni para cubrir costes", asegura.
Desde su tractor, Fernández Cela subraya que "para los agricultores es una faena porque ya tendrán que transportarla más lejos. Ya se está sembrando menos desde hace años, pero no deja de ser una faena".
Si bien estos días, desde las administraciones provincial y autonómica, se suceden declaraciones para exigir que se dé marcha atrás al cierre, para la gran mayoría de los alcaldes del rural afectado, la decisión es irreversible.
"No veo solución porque la decisión está tomada. La Bañeza y la comarca se van a pique. Se la van a cargar", enfatiza Hugo Pisabarro.
El alcalde de Alcubilla es el más duro al respecto, y acusa a la azucarera de haberse quedado en La Bañeza tras el cierre de Benavente "seguramente para captar alguna subvención, que pagamos entre todos, claro, y ahora se van de rositas". Para Fuente, sin embargo, si hubiese realmente "voluntad política" se buscaba el mecanismo "constitucional" de que quedase aquí, como en anteriores ocasiones se hizo "por ejemplo con Cataluña" desde el Gobierno central. "Si en vez de la azucarera de La Bañeza fuera la Renault de Valladolid, estoy seguro de que se solucionaba", sentencia, visiblemente enfadado.
Más contundente es la alcaldesa de San Esteban, quien no duda en calificar de "irreversible" el cierre. Y, desde Maire, García Cordero lamenta que "los pueblos ya estamos acostumbrados a que nos lo quiten todo. Me parece fatal. No hay derecho. Y a ver qué pasa con lo de Benavente, porque ahora ya lo tienen como almacén".
Por su parte, el alcalde de Arrabalde ve este anuncio claramente como "un agravio para toda la zona", pero no quiere quedase de brazos cruzados: "Tendríamos que luchar, manifestarnos, salir a la calle... Hacer algo para evitarlo".
Así, en medio del pesimismo generalizado, entre la sensación de abandono institucional y la resignación ante lo que muchos consideran un desenlace anunciado, solo queda una certeza para los pueblos de la comarca: el cierre de la azucarera no es solo el fin de una fábrica, sino el símbolo de una sangría industrial que amenaza con vaciar aún más el medio rural. Una decisión que, lejos de ser solo económica, es vivida como un golpe social, cultural y emocional para una tierra que vuelve a sentir que se queda –o que la dejan quedar– atrás.
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