REPORTAJES SEMANA SANTA

El último carpintero de Alija: memoria viva de las carracas

Domingo Villar aprendió a hacer carracas de la mano de su padre. Con él, se perderá este oficio artesanal que marca el ritmo del Jueves Santo
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Domingo, con algunas de las carracas creadas por él, en el patio de su casa en Alija del Infantado

Así como Sevilla tiene las madrugás, Valladolid el Sermón de las Siete Palabras o Zamora las Capas Pardas... si algo distingue a la Semana Santa de Alija del Infantado es el ritual de carracas que, cada Jueves Santo y en completa oscuridad, rememora con su matraqueo el momento de las tinieblas tras la muerte de Cristo.

En Alija, las carracas se hacían a mano, en los talleres de carpintería del pueblo. El último carpintero que las fabricó —aunque ya no esté activo— es Domingo Villar. Calcula que tendría unos siete años cuando creó la primera. Su padre, Miguel, también carpintero, fue su escuela. “Por aquella época –recuerda– los chavales estábamos deseando que llegara la Semana Santa, para coger las carracas e ir a la plaza”.

En la iglesia, el Jueves Santo, se juntaban más de treinta. “El sonido era ensordecedor”, cuenta, entre risas, este alixano de cuyas manos nacieron “unas 250 carracas”.

Anécdotas tiene unas cuantas. “Los chavales aprovechaban que tocaban las carracas y clavaban a las mujeres el manteo con unas puntas, y claro, luego iban a levantarse y se caían”, dice, con esa retranca que lo define tanto como su destreza con la madera.

Hubo años, sin embargo, en que las carracas dejaron de sonar. “No me digas por qué, pero durante unos años se perdió la tradición, y volvió en los 90 con Pepín”, cuenta, en referencia al ex alcalde José Antonio Prieto Crespo. “¡Uy! ¡Aquel año hice yo por lo menos diez o doce!, ¿verdad?”, dice buscando con la mirada la confirmación de su mujer, Amparo.

¿Cómo las fabricaba? Lo primero era elegir la madera adecuada: lengüetas de negrillo, armazón de chopo y el huso —la rueda dentada— de álamo, “para que suene más fuerte”. Luego iba dando forma a cada pieza: “Yo lo hacía todo con una cepilladora, menos el huso, que era de fabricación casera, y le hacía los canales a mano”.

Y no era lo mismo hacer una carraca de mano que una grande. Domingo llegó a construir algunas de hasta 70 centímetros. El peso impresiona, pero hacerlas sonar “no es cuestión de fuerza, sino de maña”. Lo explica con naturalidad: “Los del pueblo saben que para tocarla, hay que apoyar el mango en la cintura, y girar la otra mano... Hubo uno de fuera que quiso tocar esta grande –señala una de algo más de medio metro– moviendo las dos manos y claro, rompió el palo”, ríe al recordar.

Todas las hacía “a ojo”, sin plantillas ni planos. Algunas viajaron lejos: “Hasta Madrid me encargaron hacer unas de manilla, que esas sólo hay que girar la manivela”. Otras, unas siete, las realizó para el Ayuntamiento, que las regalaba como obsequio institucional. “Pero ya le cobré buen dinero por ellas”, dice, con una sonrisa cómplice.

¿Y el relevo? ¿Quién seguirá fabricándolas? “Nadie quiere aprender. No interesa a la gente joven... Y claro, si nadie sigue, pues es un oficio que se pierde”, lamenta. Aunque le queda la satisfacción de haber repartido carracas entre muchos vecinos. “¡Y duran años!”, dice, orgulloso.

Ahí, en su casa, cerca de la Plaza Mayor, guarda unas cuantas, con la fecha escrita a mano. Como la que hizo para su hijo Miguel, en 1992. Treinta y tres años después, suena como el primer día. Y ojalá dure, al menos, otros treinta y tres. Y con ella, el recuerdo del carpintero que logró que las tinieblas de Jueves Santo, en Alija, sigan hablando con voz de madera.

 

UN PEQUEÑO LEGADO DE "NITÍN"

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Carlitos, con la carraca que le regaló Nitín

Hasta hace apenas unos días, quedaba en Alija del Infantado otro vecino que también fabricaba carracas: Benedicto del Río, más conocido como “Nitín”, el fontanero del pueblo. Sin saber que estaba viviendo sus últimos días, en un fallecimiento repentino llorado por todos los vecinos, dejó su última obra en manos pequeñas: una carraca hecha con cariño para Carlitos, un niño que le confesó que no tenía ninguna.

El gesto fue sencillo pero enorme. “Nitín” apareció una tarde en el bar de su hija María con la carraca bajo el brazo. Se la dio al niño sin más, con esa generosidad discreta que le caracterizaba. Desde entonces, Carlitos no ha dejado de hacerla sonar. Y este Jueves Santo, a sus seis años, participará por primera vez en el ritual de carracas.

No sabe todavía que con cada giro, estará haciendo algo más que mantener una tradición. Estará rindiendo homenaje al hombre que, sin buscarlo, dejó en él su legado.
Este año, las carracas de Alija del Infantado sonarán también por “Nitín”.

 

 

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