Una de las cosas más bonitas que le debo a esta profesión de periodista, tan ingrata por otra parte, es que me ha permitido, a lo largo de treinta años de carrera, conocer a personas de esas que valen la pena de verdad. A veces se da la magia, y de ese conocimiento al principio profesional deriva una amistad personal. Y eso es lo que me ha sucedido con Mary, la hasta hoy alcaldesa de San Esteban de Nogales, una rara avis en esto de la política que nunca ha ejercido como tal. Porque Mary es, ante todo, una enamorada de su pueblo, y por encima de todo, una buena persona.
Conocí a Mary un día que me citó en su tienda. Entre lanas, calcetines y cremalleras, me fue contando –con esa naturalidad con que cuentan las cosas quienes no se dan importancia– los proyectos que tenía para su pueblo, y las trabas que se encontraba debido a los pocos medios de los que disponía en una de estas localidades de la España vaciada, donde quieres hacer tanto y llegas a tan poco que te frustra. La cabeza de Mary no paraba de soñar. San Esteban tiene un enclave privilegiado, está en un auténtico nudo de caminos –algo de lo que meses después daba una verdadera lección a los responsables de Agricultura de la Junta, con un mapa explicativo–, y tiene la capacidad de ser, a pesar de todo –y a pesar de alguna persona– un pueblo unido.
Y esto lo sé porque lo pude ver el 12 de agosto, cuando llegó el fuego y, como en Alija del Infantado aún estabamos “a salvo” –o eso creíamos– me subí al coche de mis vecinos Rocío y Maxi, siempre dispuestos a ayudarme, y nos acercamos a San Esteban. Pregunté por ella. No la veía en las calles. Porque no estaba allí: estaba en las bodegas de su querido pueblo, tratando de coordinar las tareas para evitar que el fuego entrara a las casas. Mary tenía ese gesto forzado de cuando tratas de reprimir las lágrimas porque sabes que debes mostrarte fuerte frente a quienes buscan que les guíes. Pero, por dentro, estaba deshecha. Aún así, se mantuvo firme, y luchó como una más, y como la que más también. Pero es que ella es así. Para ella, eso es lo natural.
Creo que no me equivoco si digo que el incendio, el infierno más bien de este verano, trajo consigo otro calor: el de la amistad que pude forjar con Mary. Porque, a partir de ahí, la empecé a conocer mejor. Y hoy, sin duda, es una amiga de las de verdad.
"Pido perdón si hoy no respondo a la objetividad que se nos pide a los periodistas. Porque hoy ni puedo, ni quiero ni debo ser objetiva. Porque Mary no se merece que la hayan echado por la puerta de atrás"
Unos meses después del fuego, invitaron a Mary a un evento en León sobre mujeres rurales, y le dijeron si quería llevar a alguna amiga relacionada con los incendios, y le faltó tiempo para proponérmelo. Al pedírmelo ella, no lo dudé. Y, una vez más, pude ser testigo de su generosidad. Porque, cuando apenas llevábamos un par de horas en el seminario, me apareció sin avisar una de mis malditas migrañas, de las fuertes, de las que me tumban, me marean, me revuelven y me incapacitan por completo. Pero estaba Mary. Ella se olvidó de todo por ayudarme. Y renunció al evento para llevarme a casa, parando en el camino las veces que hiciera falta. Así es ella.
Por eso, pido perdón si hoy no respondo a la objetividad que se nos pide a los periodistas. Porque hoy ni puedo, ni quiero ni debo ser objetiva. Porque Mary no se merece que la hayan echado por la puerta de atrás. Y no me vale que me digan que la pillaba en medio. Eso es una excusa. Mary volvió a demostrar en el pleno de la moción de censura su talla humana, con un discurso de apenas dos minutos de reloj, donde dijo, con lágrimas contenidas, que estaba muy orgullosa de haber sido alcaldesa de su pueblo, y de haber logrado una extraña pero bonita unión de partidos PP-PSOE que, lo único que tuvo de malo, es que “ha durado poco”.
Lo único que has tenido tú de “malo”, querida amiga, es que no eres política. Eres demasiado buena para serlo. Gracias por todo. Nos vemos los lunes a menos cuarto en Lanas Mary.
P.D. Siempre nos quedarán los michis
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