Otros brindan... con mi sudor

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Este artículo no debería estar firmado por mí. Debería estarlo por alguien que, tras prometerme un escrito con su postura, ha preferido irse a otra emisora a comentar la noticia que yo trabajé en exclusiva. 

Me siento como si me pasara el año entero trabajando una viña: podo en invierno, ato las varas en primavera, desbrozo en verano, recojo la vendimia, piso la uva, vigilo la barrica… Y cuando por fin sale el vino, se lo beben otros como si nada.

Conviene recordar un pequeñísimo detalle, una nimiedad: en estos pueblos no se ve el pelo a ningún periodista. Ninguno. Salvo yo. Soy la que coge el coche, la que paga el gasóleo, la que se traga los plenos eternos, la que escucha discursos circulares que ni un GPS sabría recalcular, la que toma nota de todo para que, al día siguiente, los vecinos sepan qué demonios pasó. Vamos, que si no estoy yo, las noticias de estos pueblos serían como los unicornios: todo el mundo habla de ellos, pero nadie ha visto uno.

Eso fue exactamente lo que ocurrió con el pleno de Santa Elena de Jamuz. Tres horas allí sentada, escuchando cómo la alcaldesa leía un comunicado interminable y cómo la oposición respondía con gestos, subidas de tono y silencios de ópera dramática. Tres horas de trabajo, apuntes y paciencia. Y luego van y me cascan que “no publico todo”. ¡Tres horas de pleno! Ni Netflix se atreve a colar capítulos tan largos, y mira que ellos estiran las series hasta lo indecible.

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Aun así, ofrezco a la oposición la posibilidad de dar su versión. Vicente, su portavoz, podía haber estado en mi programa de radio del lunes –sí, “al parecer”, tengo un espacio en Onda Cero–. Prefirió declinarlo porque quería olvidar el “bochornoso” espectáculo. Eso sí, se comprometió a enviarme por escrito su versión y yo le prometí publicarla íntegra.

El escrito no llegó ni el martes, ni el miércoles ni el jueves. Hoy ya es viernes y, en mi bandeja de entrada, silencio. Silencio absoluto. Hasta que, ¡sorpresa!, aparece en otra emisora de radio para hablar del pleno que yo cubrí en exclusiva. El mismo pleno que nadie más contó porque ningún otro periodista puso un pie en Santa Elena esa tarde. Bueno: ni esa tarde ni ninguna otra.

Así que aquí me quedo, llenando este espacio que debería ser suyo. Y lo hago con la tranquilidad de saber que, aunque en los pueblos pequeños no se vea un solo periodista salvo la que suscribe, las noticias siguen saliendo adelante. Y con la amarga constatación de que, a veces, da igual quién poda, quién riega y quién pisa la uva: siempre habrá alguien dispuesto a brindar con el vino nacido del sudor de otro. Y encima, con copa de cristal y sonrisa de anuncio. 

No me emborracharé, pero al menos, tampoco me llevo la resaca.

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