La foto del actor secundario

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El teatro local siempre da para buenas funciones. Hay actores secundarios que, pese a los abucheos del público, nunca se cansan de salir a escena. Repiten el papel, cambian de compañía, prueban con un disfraz nuevo… pero la ovación no llega. Y, sin embargo, ahí siguen, convencidos de que el destino guarda para ellos el papel estelar.

Y a veces, el telón se abre con un giro inesperado: la estrella principal abandona el escenario y, de pronto, aquel figurante tenaz se encuentra bajo los focos. No por mérito en la interpretación ni por el favor del público, sino porque la silla quedó libre en mitad del acto. La obra continúa, y él, sin sonrojo, se acomoda en el centro como si lo hubieran aclamado.

La escena alcanza su clímax con la foto final. Una compañía entera, vestida de un rojo intenso, sonriente, aplaudiendo como en un estreno de gala, aunque la sala esté medio vacía y el guion chirríe. Al protagonista poco le importa: lo que no consiguió con aplausos, lo disfruta ahora con un telón de terciopelo y una troupe entregada al retrato. Ya lo decía aquel viejo director: quien se mueva, no sale en la foto.

El público, desde la platea, observa divertido. Porque al fin y al cabo, esto es teatro: basta con insistir lo suficiente, coleccionar unos cuantos enemigos tanto del público como críticos de prensa… y esperar a que llegue el momento de ocupar el centro del escenario.

Y así, el secundario de ayer disfruta hoy del monólogo que tanto ansiaba. Puede que no haya conquistado al público, pero logró lo que quería: escuchar su propia voz retumbando en el patio de butacas vacío.

CasaCulturaQuintana

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