Probablemente el término que da título a este artículo no se conozca por estos lares, pero no encuentro otro mejor, así que recurro a mis raíces para llegar a esta palabra gallega con la que se designa a cierto tipo de veraneantes que, lejos de poner en valor el lugar que visitan, muestran la peor cara del ser humano: el que hay que apartar porque no aporta.
Cuando leí anoche el bando que Goyo, el alcalde de Villaferrueña, emitió para explicar el correcto uso de los contenedores del pueblo, fue lo primero que me vino a la cabeza. Porque, que a estas alturas de la vida, haya que explicar por escrito en los tablones del pueblo, que en los contenedores no se tiran animales muertos o que la basura se mete en bolsas, clama al cielo.
Pero claro, Goyo no es el único. Porque en Alija, José María ha tenido que hacer lo propio, ya que el mal llamado "punto limpio", que está abierto todo el mes de agosto, está hecho de tal forma que hasta un niño de Primaria lo entiende: cuatro contenedores, cuatro carteles con lo que hay que meter en cada uno. Pues nada. Que los fodechinchos no se enteran. Que los dejo en medio del camino para que venga algún pardillo del pueblo a recogerlos, que total, para dos días que estoy en el convento, me cago dentro.
Luego está el otro espécimen de fodechinchos: el que viene de Madriz (con Z sonora) a repartir lecciones porque, claro, él ha visto mundo. No como los de aquí, pobres paletos ignorantes que no sabrían hacer la O con un canuto... O eso cree él.
Por suerte, son minoría. Y la inmensa mayoría de los veraneantes que llenan de alegría las calles de los pueblos en estas fechas saben valorar lo que aquí encuentran: tranquilidad, naturaleza, solidaridad, convivencia y –todo hay que decirlo– altas dosis de dinamismo y cultura.
Estos últimos tienen las puertas abiertas siempre, las de nuestras casas y las de nuestros corazones. Pero los fodechinchos... como mucho las de nuestros contenedores, porque es así como las dejan, apestando bien.
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