Matar al mensajero

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La historia nos ha dejado infinidad de ejemplos de lo peligroso que puede ser llevar malas noticias. En la Antigua Grecia, en Roma o en las cortes medievales, el mensajero que traía palabras desafortunadas corría el riesgo de pagar con su vida por el simple hecho de haberlas comunicado. De ahí proviene esa frase tan repetida... y tan vigente: “No mates al mensajero”.

En pleno siglo XXI ya no se decapita a quien informa –aunque algunos quisieran hacerlo–, pero sí se le intenta desacreditar, intimidar o incluso silenciar. Pero cuando un periodista informa de algo que alguien ha dicho —sea una acusación, una crítica o una simple afirmación— no está tomando partido: está haciendo su trabajo, que no es otro que trasladar lo que ha ocurrido o lo que se ha dicho, para que la ciudadanía pueda formar su propia opinión.

Censura Prensa

Es cierto que cuando una noticia incomoda, lo fácil es cargar contra quien la firma. Pero si alguien emite una opinión y esta se recoge de forma literal, con su debida atribución, no es el medio quien la crea: es quien la pronuncia. Y sin embargo, todavía hoy hay quien cree que puede resolver el malestar que le produce una información lanzando una amenaza o anunciando una denuncia contra quien la escribe, contra quien la reproduce, contra el mensajero. 

¿Dónde queda entonces la libertad de prensa? ¿En qué lugar está el respeto a la labor periodística? ¿Y qué concepto de democracia tienen algunos cargos públicos si creen que pueden intimidar a los medios –o a los que consideran débiles y pequeños– cuando no les gusta lo que leen?

Este tipo de actitudes no solo revelan una preocupante intolerancia hacia la crítica y la transparencia, sino que además demuestran una peligrosa confusión entre los hechos y su representación de los mismos. El periodista no es el adversario político, ni el rival electoral. Es el canal que hace llegar a la sociedad lo que cada cual dice y hace.

Matar al mensajero, además de injusto, es inútil. Porque el mensaje no desaparece por eliminar a quien lo entrega. La realidad, por más que se niegue, persiste. Lo que sí desaparece —si seguimos en esa línea— es el periodismo libre. Y con él, una parte imprescindible de nuestra democracia.

 

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