Llegó por azar, camino de Zamora y Salamanca, hasta Alija del Infantado, donde se quedó cuatro días, con sus cuatro noches, deleitándonos la última con un concierto/meditación de guitarra clásica, su única compañera de vida nómada desde hace ya cuatro años, aunque lleva unas cuantas décadas en sus manos, "el mejor medio para expresar la PAZ profunda que existe en cada ser humano", afirma en su presentación.
Su nombre es Alberto Rodríguez, y se hace llamar "el misionero de la paz". Omite su año de nacimiento no por coquetería, sino porque "cuanto más te enfocas en la edad que tienes, más consciente eres y más rápido envejeces".
Antes de partir, nos dedica un ratito de charla, mientras toma una austera infusión en un cuerpo muy acostumbrado a practicar el ayuno, como una forma más de liberarse, de desapegarse, dado que "la comida es también una adicción, es una droga".
-¿Quién es “oficialmente” Alberto, dónde nació y creció, y cómo llegó a convertirse en El Misionero de Paz?
-A dónde nací no le doy importancia… Mis padres y abuelos son de Cáceres, pero emigraron como tanta gente, en su caso al Pirineo de Gerona, cerca de la frontera de Francia. Yo nací y estudié allí… ¿Quién soy yo? Yo me considero una persona bastante sensible, bastante fuera de lugar siempre, gracias a Dios, porque si me encontrara a gusto en esta sociedad estaría bastante mal,… Cuando era pequeño en el colegio, me atraían más las niñas porque las veía más observadoras y calladas, que los chicos jugando a fútbol y gritando. Luego acabé como la mayoría de adolescentes: fines de semana alcohol, chicas, heavy metal, y empecé a tocar la guitarra rockera, la eléctrica. De los 17-18 hasta los 28 estuve con eso: mucho alcohol, mucho sexo, … Pero a los 28 sentí un vacío muy fuerte, y me preguntaba si la vida sólo consistía en eso. Y se me empezó a despertar una inquietud espiritual. Pues bien: yo en aquella época compuse un tema con la guitarra que se llamaba “Paz Interior”, y paseando por Barcelona vi un cartel anunciando una conferencia con ese título… Allá fui, y resultó que eran hinduistas que hacían raya yoga, una técnica de meditación trascendental.
-¿Y ahí empezó a cambiarte la vida?
-Sí, sí. Vi que era lo que mi interior estaba buscando. Y a raíz de ahí empecé con el conocimiento espiritual; estuve varios años con ellos, en un pueblo: vendí el coche, dejé de fumar, me volví vegetariano,… Luego me pasé al Cristianismo bastantes años, después algo al budismo por mi cuenta, el taoismo… y otras muchas filosofías orientales en las que he profundizado. Me he ido autocultivando, he hecho mucha introspección, mucho silencio, y la verdad es que he cambiado aspectos de mi vida que no me gustaban para convertirme en una persona transparente, volviendo a ese niño con esa sensibilidad interior, y a esa sabiduría innata con la que nacemos.
"He cambiado aspectos de mi vida que no me gustaban para convertirme en una persona transparente, volviendo a ese niño con esa sensibilidad interior, y a esa sabiduría innata con la que nacemos"
-Comentabas que habías sido profesor también...
-Porque hasta los 28, aparte de esa vida disipada, siempre he estudiado cosas: música, electrónica de FP porque mi padre tenía un taller de electrodomésticos… fui a la Universidad pero no la acabé. Y también conocimiento musical en una Escuela de Música. Estuve trabajando con mi padre en el taller, hasta que a los 28 tuve esa crisis y me emancipé. Me fui a Extremadura a conectar con mis orígenes, y allí conocí España –Cataluña vive un poco al margen– y me enamoré de su gente amable, abierta…. Me quedé a vivir en Extremadura dos o tres años. Musicalmente he hecho muchas cosas: trabajé mucho con la tecnología –aunque ahora no lo haga– y hacía música para televisiones y radios locales, he compuesto dos CD de música New Age. Luego me empecé a interesar por la pedagogía y empecé a dar clases, y así estuve casi 20 años.
Pequeño fragmento del inicio del concierto en el Castillo
-¿Y de repente decides romper con todo?
-No. En mi caso ha sido muy progresivo. Cuando la crisis del boom de la construcción en España, la gente tenía miedo y se empezó a borrar de las clases; me fui a vivir al Pirineo francés y allí me iba mucho mejor, con un montón de alumnos. Mientras pasaban los años, no dejé nunca la meditación, y eso me llevaba cada vez a simplificar o minimizar más mi vida. Entonces, yo tenía una casa alquilada y me di cuenta de que vivía en un rincón, donde estaba la cama, un poco de cocina y poco más… y me pregunté para qué quería pagar por tanto espacio. Como de niño iba de acampada con mis padres en verano, busqué un camping que me dejara vivir todo el año allí, compré una autocaravana, y me pasé más de 4 años viviendo allí. Con muchas menos clases podía vivir, y, a la vez, tenía más tiempo para cultivarme. Y eso no es egoísmo: cuanto mejor estés contigo mismo, más puedes aportar a los otros. Luego, como me encantaba viajar y conocer a gente nueva, se me ocurrió probar a tocar en la calle, y me iba bien, podía vivir. Y así estuve un año viviendo en una furgoneta camperizada por mí, de pueblo en pueblo, abandonado a la providencia… Vi que esa vida de nómada me gustaba…
"Cuanto mejor estés contigo mismo, más puedes aportar a los otros"
-Y ahora recorres toda Europa
-Efectivamente, con otra furgoneta ya en condiciones, con ducha y demás… Desde hace cuatro años. Primero, tocando en la calle. Luego, en las puertas de las iglesias. Después empecé a hablar con el cura a ver si me dejaba tocar dentro, durante la Misa, y al año siguiente empecé en restaurantes, pero en los que veía un feeling, una elegancia… Lo que pasa es que a la segunda canción y segunda copa de vino empezaban a hablar… Ya hace unos meses, doy conciertos en pueblos como Alija, y es maravilloso el silencio y el respeto. Es curioso porque, fíjate, todo empieza en la mente: tú puedes conseguir cualquier cosa si están alineados pensamiento y emoción o sentimiento. Y luego tienes un sentimiento de gratitud, de ver que ya está hecho. Todo lo que he querido en mi vida se ha hecho realidad: vivir en una caravana, tocar en las iglesias, ahora en los pueblos… se está cumpliendo todo.
-Pero algo echarás de menos de la vida convencional…
-Absolutamente nada. Porque pienso que el trabajo de desapego del lugar, de la familia, del trabajo, lo hice antes. Creo que cuando uno hace algo, tiene de alguna manera que beneficiar a los otros. Un camarero, por ejemplo, está sirviendo; si es consciente de eso, de que está sirviendo para que tu cuerpo quede bien alimentado… Sin embargo, la gente no es así: van a saco, pensando en el dinero… Me pasé de profesor de guitarra, que era algo bueno también porque enseñabas a las personas, a tocar y ayudar de otra forma a las personas porque la música, cuando tienes un bache, ayuda a superarlo, y la gente me lo decía, que les ayudaba a elevarse. Y a mí me llena más tocar, y además hago un beneficio a los otros.
-Te haces llamar Misionero de la Paz, y la gente piensa inmediatamente en las guerras…
-¿Y tú te las crees esas guerras? Para mí, todo eso está programado. Si una potencia como Rusia realmente se quiere cargar a Ucrania lo hace en un día. Lo que pasa que todo esto genera, aparte de unos intereses económicos, otras cosas que nosotros no sabemos. Todo eso es una falsedad. Igual que tampoco creo en la pantomima, como yo llamo a la pandemia. Porque las élites o como quieras llamarlas, juegan con el miedo, y manipulan a la gente, y como la gente no trabaja su interior…
-De todas formas, mi pregunta iba más por el momento social que vivimos, que es todo menos pacífico: hay muchísima crispación y agresividad por todo. Se ve mucho en redes sociales. Ser misionero de la paz, en un mundo así, ¿te convierte en un bicho raro, en un ingenuo, en un Quijote…?
-Ja, ja. Me hace gracia lo de bicho raro. Nunca lo había pensado… Puede ser, sí. Un cura me dijo que era el juglar de Dios. Me gustó esa definición; me han definido de muchas maneras, … pero eso al fin y al cabo son definiciones. Yo lo que intento es que esa paz que yo siento, esa armonía, transmitirla a través de la música. Y yo creo que no hay nada para el ser humano más importante que eso…
"Me han definido de muchas maneras. Una vez un cura me dijo que yo era el juglar de Dios. Me gustó. Aunque las definiciones son sólo eso: definiciones. Yo lo que intento es transmitir esa paz y armonía que siento, a través de la música"
-Con todo esto que estamos viviendo, ¿has perdido la fe en la humanidad como tal?
-Yo tengo mucha fe en el ser humano, pero no en ningún grupo, ni comunidad ni religión. No creo en grupos; creo en la luz del ser humano, como decía Santa Teresa, la llama. Creo en esa llama que todos tenemos cuando nacemos. Tengo fe en el ser humano como individuo, no cuando se organiza.
-Pero a nivel social, ¿acabará habiendo un cambio? ¿Estamos en el final de un ciclo?
-Siempre, en cada generación, ha habido esta historia que comentas: críticas a la generación nueva. Yo creo que los cambios tienen que ser internos.
-Pero la tecnología ahora no ayuda mucho…
-Quizás hace que sea peor… Y tenderá hacia el caos. Tendrá que llegar un “reset” o algo así…
-¿Cómo acabaste aquí en Alija?
-Porque voy camino de Zamora, que la gente de Zamora me encanta, es muy hospitalaria–, para ir de allí a Salamanca, porque resulta que hay una Posada Real Musical, donde los huéspedes que sepan tocar instrumentos pueden dar un concierto, y me apetece esa experiencia. Como voy por sitios rurales, llegué aquí de casualidad. Aquí hablé con el alcalde y María [Martínez Bécares] y les pareció bien hacer el concierto. No es lo normal que esté más de dos días en un sitio: me he vuelto un nómada convencido; una semana o dos en un mismo sitio me agobia. Pero preparar un concierto lleva su tiempo, y ahora debo empezar a acostumbrarme a quedarme más días…
"Tengo mucha fe en el ser humano como individuo, no como comunidad; en la llama que todos tenemos al nacer"
-Me dices que prefieres ir por el rural… ¿Dirías que en los pueblos hay más sensibilidad, más conexión con lo espiritual, que en las ciudades?
-Sí, pero cada vez menos. Porque con internet se está globalizando todo, incluso hasta la comida… Te cuento un detalle: a mí me gusta mucho el dulce, y antes iba a la panadería del pueblo y compraba un par de pastitas típicas…, pero ahora ya no: ahora ya van en cajas. La música, el folclore, se está perdiendo y si acaso se hace una vez al año para las fiestas. Ahora suena la misma música en todos los sitios. Pero bueno, sí hay diferencia, ¡buah!
-Hablabas de que te adaptaste bien porque practicaste antes el desapego. ¿Hasta qué punto es importante?
-Es muy triste cómo la gente se apega a muchas cosas. El concepto de familia –a la que hay que querer, evidentemente, yo quiero mucho a mis padres y a mi hermana– te corta mucho. Hay mucha gente que con 60, 70 años está hablando aún de papá y mamá. ¡Ostras! ¡A ver! Cuando uno tiene 30 años hay que desvincularse ya del padre o de la madre. Yo les llamo por sus nombres: Eladia y Rafael. Ahora ya se han acostumbrado. Pero es curioso cómo eso no te permite avanzar espiritualmente. Aunque no estén viviendo al lado, pero el pensamiento de lo que te han inculcado está ahí. Y desvincular eso es un trabajo que debe hacer cada uno para progresar. Igual que eso, están también las religiones organizadas, todo lo que nos meten por la televisión, por internet… Yo tiré la tele cuando vivía en la casa esa del Pirineo francés, porque me daba cuenta de la manipulación que m
e estaban haciendo. Y ahora soy el dueño de lo que entra por los ojos y por los oídos, porque de eso va a depender lo que yo piense y sienta. Pero hasta que la gente no dé ese paso… Además, como decía Jesucristo, está el camino ancho y el estrecho: aquí a comer, a disfrutar, que vayan pasando las noches… eso puedes hacer una excepción algún día, pero que sea la excepción, no la regla.
"Yo tiré la tele cuando vivía en la casa esa del Pirineo francés, porque me daba cuenta de la manipulación que me estaban haciendo. Y ahora soy el dueño de lo que entra por los ojos y por los oídos"
-Desde que vives como un nómada, ¿has tenido miedo alguna vez?
-Precisamente esta vida me ha ayudado a superar muchos miedos. Parto de la base de que la gente es buena. Y me concentro en la llama de las personas. Estoy en la furgoneta, vienen dos personas, y si creo sentimientos de bondad hacia ellos, te viene esa bondad de vuelta. Lo creas con tu pensamiento.
-Otra de tus inquietudes es la física cuántica. Pero, a la vez, eres muy religioso. ¿Qué opinas de la corriente actual de muchos científicos que niegan a Dios, de esa contraposición entre ciencia y religión?
-Creo que un verdadero científico no va a descartar nunca esa parte espiritual, al revés. De hecho, Joe Dispenza dice que con la física cuántica se puede explicar lo que los místicos han dicho y han experimentado toda su vida.
-Después de haber experimentado con tantas religiones, ¿cómo te consideras?
-Al final, hace unos meses, después de tantos “ismos”, creo que ya he encontrado a mi maestro dentro de mí. Y entonces no necesito ni comunidad, ni religión ni nada.
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